sábado, 26 de octubre de 2013

La culpa es del sistema

Paquita había dejado la clase para ir a hacer fotocopias y aquellos niños de segundo de primaria que se habían quedado bajo el control inquisitorial del delegado de clase, se habían sublevado y habían estallado en un guirigay de dimensiones bíblicas.  Conforme se acercaba por el pasillo ya oía los gritos de los niños y ya pensaba para sí qué cara poner y qué palabras decir. Y cuando lo hubo decidido, abrió la puerta y entró a clase. Todos enmudecieron y se acercaron lentamente a sus sillas; se sentaban con cuidado, como si temieran hacer ruido ahora.
-No os puedo dejar solos –dijo Paquita seria y adusta.
Los niños callan.
-Sois la clase más escandalosa que he tenido jamás –decía mientras cruzaba la sala mirando a todos los zagales-. ¿No os da vergüenza que os digan eso? A mí se me caería la cara de vergüenza. Y no es solo conmigo, que me lo dicen todos los profesores… ¡que es que sois insoportables!
Los niños, con la cabeza gacha, seguían callados.
-¿No decís nada, no? Vale… Para vosotros haréis.
-Seño.
-Dime Javier.
-He apuntado a todos los que se han portado mal en la pizarra como me has dicho.
-Así que Adolfo estaba hablando y gritando, ¿no? –espetó mientras leía los nombres de la pizarra.
-Sí –decía Javier mientras asentía con la cabeza.
-Adolfo, sal aquí. Venga.
Adolfo se levanta mostrando sus mofletes del color del tomate a toda la clase y se acerca a la pizarra, junto a Paquita.
-Adolfo, hoy vas a almorzar en clase, porque al patio no vas a salir. Y no solo tú. A ver…
-Perdone, Paquita –interrumpió Adolfo-. Quitarme el recreo es un castigo autoritario e infundado.
-¿Qué?
-Que todos estaban hablando y solo me castigas a mí.
-A mí no me vengas con los demás, Adolfo. No haber hablado.
-Señorita; pues yo pensaba que esta clase gozaba de un sistema judicial justo y comedido y resulta que en realidad no es más que una jaula de corruptos en la que reina el nepotismo. Exijo que si se me priva de recreo, se emprenda un proceso en contra de todos los que estaban hablando, incluido Javier, que lo he visto yo.
-Adolfo, o te tranquilizas o llamo a la jefa de estudios.
-¡Ah! ¡A a la jefa de estudios! Otro eslabón en la jerarquía totalitarista de este colegio.
-¿Quieres que la llame?
-No, señorita, lo que quiero es que se implante un sistema de justicia sin favoritismos y sin desigualdades; un sistema judicial en el que lo que escriba el favorito de la profesora en la pizarra mientras ésta le cuenta a la secretaria lo que ha hecho el fin de semana no tenga validez absoluta. ¿Sabes lo que te digo?
-Ven. Que vamos a buscar a la jefa de estudios.
-¿Sabes qué? Que os creéis capaces de alienarnos con vuestros deberes y vuestros exámenes. Pero eso genera hastío en la clase y algún día, los niños de segundo de primaria se levantarán en contra de esta quimera represiva.
-Tira delante de mí, Adolfo. Que te vea yo.
-No. Me niego. Me niego rotundamente –y se sentó en el suelo-. ¿Qué vas a hacer, recurrir a la fusta para obligarme, eh? Venga, carga contra mí. Que todos puedan ver cómo se las gasta el sistema.
-Tú quédate ahí. Ya verás.
Paquita sale por la puerta, da un portazo y deja a los niños solos de nuevo. Adolfo se levanta, se sube a la mesa del profesor mientras es coreado por algunos. En medio del estruendo y desde las alturas, agita las manos y ve como el estertor se va silenciando.
-Compañeros, ¿es así como queremos ser juzgados? ¿Por un pazguato al que le ponen un positivo por hacerle el favor a la profe? ¿Creéis que podemos seguir viviendo bajo esta jerarquía represiva? ¿Sabéis lo que os digo? Que no, que no pueden someternos a todos. Que somos más, y que tenemos derecho a decidir cómo queremos ser educados y cómo hemos de ser castigados. ¿Por qué dejamos que elijan por nosotros?
-¡Eso, eso! –gritan algunos.
-¡Solo nosotros podemos responder a estas preguntas con nuestros actos!
Mientras los niños se exaltaban con las palabras de Adolfo, entraron por la puerta Paquita y la jefa de estudios, Maricarmen.
-¿Qué haces ahí, Adolfo? Venga, bájate.
-No –dijo el niño.
-Que no se baje –gritó otro chaval.
Y pronto, sin una explicación plausible, todos los niños se pusieron a gritar al unísono que no se bajase.
-¡Dios mío! ¿Pero qué es esto? –le decía la jefa de estudios a la profesora, alarmada, antes de dirigirse a la clase gritando-. O os calláis o no salís al patio en lo que queda de año y decís adiós al viaje de Terra Mítica en junio.
Los niños se callaron, enmudecidos como por una fuerza superior.
-No os dejéis amedrentar. ¡Así es como funcionan ellos! ¡Levantaos! Uno no puede hacer la revolución solo…
Adolfo, al ver que había perdido el apoyo popular, bajó de la mesa y se dejó sacar de clase. Lo llevaron al despacho de Maricarmen  y allí llamaron a sus padres. Lo expulsaron tres días y su madre le tiró la Playstation 3 a la basura.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Ni tú ni yo existimos

Al salir de casa, Esteban se encuentra con el cielo encapotado. Mira a un lado y a otro: el ambiente es gris y mortecino. Respira hondo, sintiendo la humedad del ambiente refrescarle por dentro. Se pone la capucha de la sudadera y comienza a andar. Había quedado para tomar algo. De camino a la estación de metro comienzan a caer diminutas gotitas del cielo. A Esteban le parece que las primeras gotas, al reventar en el suelo hayan llamado a otras más grandes; y que estas más grandes hacen más ruido al estallar y por eso llueve cada vez más fuerte. Bajo el aguacero la gente se mueve rápido, con temor a despeinarse, a acabar empapado y manchar la entradilla de su casa con los zapatos mojados o simplemente con miedo a acabar constipado. Esteban sigue caminando como si nada, con la cabeza gacha, sin darse cuenta de que hay una mujer, quizá la única que no corre buscando la cornisa de un balcón. Parece despistada; perdida. La pasa de largo pero nota como una mano le toca el hombro.